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Debate. Memoria en tiempos de crisis: ¿retroceso o resistencia?

Tras un nuevo aniversario del 24 de marzo, con masivas movilizaciones en diversas ciudades del país, queremos abrir un debate a partir de una entrevista realizada al historiador y docente de la UNSAM, Rodrigo González Tizón, sobre el triunfo electoral de Milei y Villarruel y la tendencia a relativizar el pasado genocida.


Por: Valentín Casas - Estudiante de Sociología UNSAM.





Más de un año después de la llegada al poder del gobierno ultraderechista de Milei, son varios los análisis sobre su victoria electoral y su significado. A pesar de las diferencias entre los enfoques, existe un “consenso” generalizado de que este gobierno ganó las elecciones ejecutivas de 2023 debido al fracaso de los modelos económicos previos, el desencanto de los sectores subalternos con la clase dominante y el impacto de la crisis estructural del capitalismo argentino.


Es de público conocimiento la simpatía del oficialismo hacia los grupos militares y su reivindicación de las ideas negacionistas sobre la última dictadura, intentando poner en cuestión el movimiento por los derechos humanos a partir de esta causa.


Dentro de este consenso analítico, Gonzáles Tizón sostiene que, aunque el triunfo de Libertad Avanza no se traduce linealmente en un apoyo social a las ideas pro-dictatoriales o negacionistas, sí refleja otras “urgencias” relacionadas con los altos índices de inflación de los gobiernos anteriores y la descomposición del tejido social. Según su lógica, es necesario "trabajar para reconstruir un consenso y legitimidad en torno a esta causa", señalando que la sociedad no priorizó sostener las políticas públicas de derechos humanos, lo que evidencia un claro retroceso en esta temática.

 

Desde el advenimiento de la democracia hasta hoy, distintos sectores políticos han buscado imponer su propio “relato” sobre los hechos ocurridos entre marzo de 1976 y 1983. Por ejemplo, una primera interpretación, impulsada por las familias militares, alegaba que lo que ocurrió fue una "guerra", en la que los crímenes fueron excesos necesarios para salvar a la patria y el capitalismo argentino. Hoy, este discurso ha quedado relegado a un sector minoritario.


Más tarde, durante el gobierno de Alfonsín, surgió la “teoría de los dos demonios”, que ponía al mismo nivel a ambos bandos enfrentados, condenando la represión hacia una "extrema izquierda".


Una tercera interpretación, que cobró fuerza tras la crisis del 2001 bajo los gobiernos kirchneristas, criticaba la teoría de los dos demonios y reivindicaba la militancia de una generación de jóvenes, pero sin contextualizar la dinámica de la época ni el golpe militar, que buscó derrotar a una clase trabajadora organizada, que ya había protagonizado luchas importantes como el Rodrigazo y el Cordobazo, entre otras.


Siguiendo las reflexiones de Gonzáles Tizón, su posicionamiento se podría enmarcar en esta última visión, pero omite mencionar la resistencia ante los ataques del gobierno de Milei a las políticas de derechos humanos. Ejemplo de esto son las luchas de los trabajadores contra los despidos en los Sitios de la Memoria, como la ESMA. .  Las movilizaciones masivas en diversas ciudades del país el 24 de marzo de este año y el año pasado demuestran que el retroceso y la falta de legitimidad en la lucha por Memoria, Verdad y Justicia son solo un sueño de los negacionistas como Milei, Villarruel y los grupos que los apoyan. 


Cabe resaltar que el objetivo de esta nota no es sostener que el apoyo manifestado año tras año en las movilizaciones sea algo “estático” o inamovible, sino que es producto del compromiso y la lucha de los organismos y organizaciones por los derechos humanos, así como de un sector amplio de la sociedad. La multitudinaria movilización en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo demuestra: una sola marcha con una propuesta del Encuentro Memoria, Verdad y Justicia, que incluyó la lectura de dos documentos: uno centrado en críticas al oficialismo y otro que abordó también a los actores que lo sostienen, como cúpulas sindicales, gobernadores, diputados y senadores del PJ, entre otros.


Finalmente, al señalar el rol de las organizaciones y de toda una clase social que pelea y resiste, esta nota plantea lo que podríamos considerar una cuarta interpretación o “cuarto relato”: poner énfasis en el rol de la clase trabajadora antes y durante el golpe, ya que uno de los objetivos principales de los militares fue derrotar a esta fuerza organizada, pues representaba una amenaza para la acumulación de riquezas de la clase dominante y, por ende, para el capitalismo argentino.


En definitiva, el debate sobre la memoria histórica en tiempos de crisis no es solo una cuestión de preservar el pasado, sino de comprenderlo y develar sus implicancias en el presente. Si bien es cierto que el gobierno de Milei y Villarruel intenta relativizar los horrores de la dictadura, no debemos subestimar la capacidad de resistencia que sigue viva en la sociedad. Las movilizaciones masivas, las luchas de los trabajadores y el compromiso de los organismos de derechos humanos son pruebas irrefutables de que, lejos de ser un retroceso, el llamado a la memoria, la verdad y la justicia se convierte cada vez más en un faro que ilumina el camino de aquellos que resisten la barbarie del presente.


Este es un conflicto que no se resuelve en las urnas ni en las decisiones de quienes ostentan el poder político, sino en las calles, en las organizaciones sociales y en la conciencia colectiva de quienes, como la clase trabajadora, continúan luchando contra la impunidad y en defensa de los derechos conquistados. La memoria, lejos de ser un sueño del pasado, es una herramienta de lucha viva y cotidiana, esencial para construir un futuro donde nunca más se repitan las sombras de la dictadura. La resistencia sigue siendo la respuesta.





 
 
 

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