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[2024 - 2] Un año de continuar cocinando a fuego lento: la política en la calle

Actualizado: hace 6 días

Por Ana Inés Heras


Con un nuevo gobierno, la política en las calles vuelve a tomar protagonismo en 2024. Este año, con la asunción de un partido que muchos consideran ajeno a sus valores, miles de personas han experimentado por primera vez la protesta, en defensa de instituciones que perciben amenazadas. A través de fogones y encuentros en universidades, los manifestantes buscan socializar una política desde el cuerpo. Ana Inés Heras reflexiona aquí sobre los desafíos de construir un espacio de resistencia que reconozca la fuerza de un fuego que no sólo protesta, sino que también convoca y regenera.




En este momento no soy militante de un partido político, aunque lo fui, y de forma consistente, durante trece años. Si bien ya no participo en un partido político, sigo siendo militante y activista política, de la política y con la política. Hacer política es participar cada día en la toma de decisiones sobre cómo queremos vivir e insistir en hacer realidad esas decisiones que vamos tomando, aun cuando podamos encontrarnos con obstáculos. Quiero describir aquí cómo y por qué este año estamos cocinando la política en la calle y qué nos permite hacer esta forma de continuar haciendo política. También hablo aquí sobre el poder renovador del fuego cuando convoca a estar juntos, pensando, compartiendo e imaginando.


Este 2024 comenzó en noviembre de 2023, cuando supimos que nos gobernaría un partido político y un presidente que encarnan perspectivas que no compartimos. O tal vez empezó antes. Pero lo importante es fechar que, desde diciembre de 2023, con la asunción del gobierno actual, se puso en evidencia una forma de hacer política que no comparto. Que muchos no compartimos.


No comparto la política en clave de agresión, de lenguaje soez y despectivo, de conceptos vacuos y alarmistas, y mucho menos la política de destrucción de instituciones que han costado lágrimas, cuerpos, luchas y recursos colectivos para ser lo que son: una posibilidad, un derecho, un espacio de transformación. La universidad pública, gratuita y laica es uno de esos espacios, derechos y posibilidades que está siendo atacado y vilipendiado. No estoy de acuerdo con su destrucción, no solo porque es una institución con historia, sino porque siempre fue una promesa de futuro en el tiempo presente. 


Junto a la universidad están siendo atacados el sistema público de ciencia y técnica, la salud, la educación; también están siendo atacadas todas las formas de vida que dependen de un trabajo sostenido y profundo con nuestros semejantes. De forma paradójica, esta destrucción (que es una forma de hacer política) se encuentra cara a cara con otras maneras de hacer política. Una de esas formas es la política en la calle. Este año estuvimos en la calle muchas veces. Nos organizamos para hacerlo; tuvimos que soportar golpes, amenazas, insultos, y enfrentar el miedo. Ya había escrito sobre esto en mayo, en el medio de difusión Implicados. Allí concluía que nos esperaba un camino largo y también destacaba que, para muchas personas, aquellas marchas habían sido su primera experiencia política de ese tipo. Hoy llego a las mismas conclusiones: el camino sigue siendo largo y habrá más gente que saldrá ahora por primera vez. Se suma esta gente a la que en mayo ya había estado en la calle por primera vez.


Ahora nos insisten otras preguntas: ¿cómo continuar construyendo formas de hacer política que socialicen esta experiencia fértil, de primera mano, corporal e intelectual, de hacer política en la calle? ¿Cómo expandir, para que no se agote ni se aplane, esa fuerza instituyente que forja un futuro diferente al de la pasiva inmovilidad en la que algunas personas pudieron haberse acostumbrado a estar?


Algunas respuestas vinieron de la mano de la comunidad estudiantil, articulando con docentes y no docentes en UNSAM; allí también nos articulamos quienes somos docentes e investigadores y nos auto-percibimos como trabajadores de ciencia y tecnología. En esos vínculos creamos colectivos nuevos en UNSAM, es decir, nuevos porque no se habían visto allí antes: colectivos de gente y grupos activos que nos reunimos a hablar, a elaborar, a discutir, a debatir y a producir ideas nuevas. Ese caldo que armamos es nutritivo; tiene el sabor de la comida compartida, iniciativa de no-docentes y estudiantes que propusieron una serie de comidas comunitarias a las demás personas. Llamaron FOGÓN a esta propuesta, donde, a fuego lento pero seguro, cocinaron para celebrar que nos seguimos juntando, y que esa juntada tiene pinta de continuar a futuro. Ese Fogón toma el nombre de “Quemar nuestras miserias”, aludiendo a que todos podemos poner el acento en la reunión, en la regeneración de vínculos, en la palabra compartida, en la canción atenta a la novedad, en vez de mostrar cada uno nuestras plumas o nuestras crestas. Uso lenguaje coloquial a propósito porque permite traer rápidamente imágenes visuales y sonoras que ayudan a entender lo que digo; también tomo prestada de Caro y de Flor (y seguramente de muchos otros que ayudaron a pensar y hacer estas ideas) la imagen del fuego como regenerador, sanador, convocante y fundante.


¿Qué puedo pensar hoy, entonces, después de tantos meses de experiencias que fueron forjando la lucha de este año… al calor del fuego lento?


Puedo pensar que:  

— Estar en la calle sigue siendo una de las formas de hacer política que nos nutre y renueva para seguir alertas, movilizados, transformadores.  

— Permanecer al lado de quienes buscaron incansablemente a los presos del 12J fue lo necesario, lo justo y lo correcto.  

— Contribuir a esa convocatoria inter-organizaciones para reclamar la liberación de los compañeros fue no solo fundamental, sino que abrió una senda de conversaciones y compromisos indispensables.  

— Participar en todas las luchas en oposición a los cierres, despidos, decretos y vetos es importante no solo para manifestar opinión, sino porque en esa manifestación elaboramos acciones e ideas nuevas.  

— Sostener una convicción es siempre con el cuerpo puesto ahí.

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