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Tercerización en UNSAM: Una reforma laboral silenciosa

Por: Comité editorial Metamorfosis.


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En los pasillos, aulas y laboratorios de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) hay un sector de trabajadores esenciales cuya realidad laboral suele quedar fuera de los debates académicos: el personal tercerizado de limpieza y mantenimiento. Sus condiciones de trabajo, lejos de ser una excepción, anticipan muchos de los puntos que hoy se discuten en torno a la reforma laboral nacional. Para quienes trabajan allí, varias de esas medidas ya son parte de la vida cotidiana.

Durante los últimos años, el plantel de limpieza fue reduciéndose de forma drástica: de entre 30 y 35 personas pasó a rondar apenas 15 a 18. A pesar de la menor dotación, las tareas no disminuyeron; al contrario, se ampliaron a nuevas sedes y sectores. Esa reducción en la fuerza laboral produce un doble efecto: ritmos de trabajo más intensos y una presión permanente por parte de supervisores que apuran, redistribuyen tareas y exigen que se cubran múltiples espacios sin pausas. Según señalan trabajadores del sector, estos movimientos responden directamente a la gerencia de mantenimiento de la universidad.

La precariedad no se expresa solo en la carga laboral. También afecta derechos elementales. El régimen de vacaciones se volvió cada vez más restrictivo: la empresa establece que solo pueden tomarse entre noviembre y enero, argumentando requerimientos operativos de la UNSAM para tener el plantel completo en febrero. El aguinaldo tampoco llega como tal, ya que la firma a cargo se ampara en un funcionamiento “cooperativo”, pese a operar bajo el nombre comercial de una empresa privada. El presentismo funciona como un castigo: una sola falta implica perder el 100% del adicional.

A estas prácticas se suma un mecanismo de control que genera fuerte malestar: además de firmar asistencia, se exige compartir ubicación en tiempo real al comenzar la jornada. La vigilancia, señalada como innecesaria e invasiva, se vuelve parte del disciplinamiento cotidiano.

En términos salariales, la brecha es notoria: por realizar las mismas tareas, un trabajador no docente de planta llega a cobrar el doble que un tercerizado. La inestabilidad también condiciona la posibilidad de reclamar: la ausencia de representación sindical, los traslados punitivos a sedes lejanas y los contratos que obligan a firmar renuncias en blanco funcionan como cerrojos que desactivan cualquier intento de organización.

La falta de provisión de ropa y elementos de seguridad completa el cuadro. Desde guantes hasta calzado, conseguir insumos básicos suele convertirse en una pequeña batalla diaria. En caso de accidentes, la responsabilidad se diluye entre la empresa y la universidad, y la respuesta suele ser la misma: nadie se hace cargo.

Cuando en el debate público se menciona la “flexibilización laboral”, las jornadas extendidas o la reducción de derechos, estos trabajadores ya no necesitan imaginar escenarios futuros: viven una versión anticipada. La tercerización funciona como una reforma laboral de hecho, instalada en la universidad pública bajo la apariencia de un servicio externalizado y eficiente como intentaron expresar en la reelección del decano Grecco.

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Este paisaje laboral, silencioso pero persistente, abre un interrogante más profundo: ¿qué implica hablar de reforma laboral en un país donde vastos sectores ya trabajan bajo condiciones de flexibilización cotidiana? La experiencia dentro de UNSAM muestra que, antes de cualquier cambio normativo, la precarización ya encuentra su modo de avanzar allí donde la fragmentación, el miedo al despido y la falta de representación permiten que todo se vuelva posible, esta revista siempre va a estar de este lado de la mecha. 



 
 
 

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