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El peronismo frente al espejo: entre el estatismo agotado y la ilusión del derrumbe ajeno

Actualizado: 3 dic

Por Gabriel Alt.


Atrapado entre una nostalgia paralizante y la apuesta a que el gobierno libertario se derrumbe solo, el peronismo enfrenta hoy una crisis estratégica que expone el agotamiento de su estatismo tradicional, la pérdida de un sujeto social claro y la incapacidad de reconstruir un proyecto nacional propio.


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La discusión sobre el peronismo suele oscilar entre lo que es, lo que dice ser y lo que amplios sectores populares aún creen que es. Ese desfasaje vuelve compleja cualquier caracterización, no se trata solo de “crítica ideológica”, sino de comprender la función real que cumple el peronismo en la estructura política argentina. En esa línea, la frase de Pablo Semán “El peronismo actúa como si el derrumbe del gobierno de turno pudiera ahorrarle la tarea de renovarse” resulta sugerente no porque sea una teoría acabada, sino porque condensa con precisión un clima, una forma de estar en la política que atraviesa a las distintas variantes peronistas. Semán, junto con Lucas Romero y Mariel Fornoni, describe un fenómeno que excede la coyuntura: un movimiento que espera más de los pasos en falso del oficialismo que de su propia iniciativa.



Los principales sectores del peronismo continúan interpretando la escena desde coordenadas viejas, como si el país fuese a regresar espontáneamente al clima de 2015. Cristina Fernández de Kirchner, junto con parte del kirchnerismo, parece aferrarse a ese modelo como un punto de retorno natural, pero las clases medias y trabajadoras que alguna vez fueron la base de esa coalición viven hoy bajo otras condiciones más marcadas por la precariedad, la incertidumbre y la desconfianza que por la “promesa” de movilidad ascendente. Ese cambio estructural en la composición social (más fragmentada, más informalizada, más endeudada) exige un tipo de política distinta, pero el peronismo insiste en leer la realidad con una gramática agotada.


En la entrevista, Lucas Romero resume el dilema: el peronismo enfrenta la necesidad de repensar su forma, su contenido y su identidad. Ese nudo, que en otro momento podría haber sido una oportunidad, hoy se convierte en un obstáculo, porque el movimiento sigue concibiéndose desde una identidad construida en el poder y no desde la interpelación prolongada desde la oposición. La falta de liderazgo agrava ese cuadro: según Mariel Fornoni, no hay hoy una figura capaz de ordenar una renovación, ni Cristina, ni Máximo, ni Massa, ni Kicillof. La fragmentación interna entre axelismo, cristinismo, massismo y peronismos provinciales revela una estructura que perdió cohesión, lenguaje y proyecto.


Porque el punto no es simplemente si el peronismo “vuelve a escuchar a las mayorías”. Su problema es que ya no tiene un proyecto nacional propio capaz de expresarlas. El movimiento nació articulando(a su manera) a la clase trabajadora alrededor de un programa nacional-industrial; pero hoy carece de una estrategia industrial real, su sindicalismo está cuestionado socialmente, y su horizonte económico está condicionado por el FMI y por un modelo extractivista-financiero que el propio peronismo administró y consolidó. La vieja “burguesía nacional” que decía representar parece no necesitar del peronismo para defender sus intereses; está integrada o subordinada al capital transnacional.


Por eso el movimiento oscila entre reivindicar el litio y denunciar la entrega; entre defender el petróleo y cuestionarlo; entre criticar al FMI y garantizar el pago de la deuda. Ese péndulo expresa que ya no existe un norte estratégico, más allá de gestionar el statu quo económico.


En esa misma línea, el peronismo busca apoyarse en otros dispositivos culturales y comunicacionales. Una parte del “progresismo” peronista intenta producir un “nuevo marco” ideológico que supere al menos discursivamente la vieja dicotomía Estado-mercado, pero que en el fondo evita formular siquiera un reformismo clásico. Detrás de piezas como el reciente documental protagonizado por Ofelia Fernández se despliega un ecosistema donde convergen medios como Corta, Fundar y figuras empresariales como Sebastián Ceria, que expresan un intento de reconstruir una identidad más “de centro” capaz de gobernar sin modificar las estructuras de poder. Lo que emerge allí no es una renovación sino una búsqueda desesperada de un relato que permita administrar sin confrontar con los intereses que vienen definiendo el rumbo económico del país desde hace décadas.


Un elemento central que surge de la entrevista es la crisis del estatismo peronista. DEl estatismo peronista no fue —ni pretende ser hoy— transformador. Fue, en sus mejores momentos, un “estatismo administrador” que redistribuía en épocas de bonanza sin alterar las relaciones estructurales del poder económico. Su defensa actual del “Estado” es abstracta: no puede explicar qué Estado propone, para qué y con qué legitimidad, especialmente tras la experiencia del gobierno de Alberto Fernández, que dejó salarios a la baja, inflación récord e instituciones profundamente desprestigiadas. Allí Milei encontró una vía: canalizó el rechazo al Estado ineficiente como si fuese una emancipación individual. No importa si esa emancipación es viable; lo decisivo es que adquiere sentido para muchos de los que lo siguen eligiendo.


La economía argentina está crecientemente subordinada a lógicas financieras(esto ciertamente acelerado por Milei), exportadoras y extractivistas. En ese marco, el viejo “modelo nacional-popular” no encuentra dónde apoyarse. La burguesía nacional que alguna vez pretendió representar está hoy diluida, concentrada o directamente asociada a intereses transnacionales. Por eso el peronismo oscila: un día reivindica al litio, al petróleo y a la minería como motores de desarrollo; al otro denuncia la entrega. Ese movimiento pendular expresa, en verdad, que ya no tiene un norte estratégico. Este punto está muy desarrollado en la entrevista a Emilio Albamonte por Fernando Rosso en LID+.

 



En ese contexto, la frase de Semán adquiere mayor densidad: Dentro del peronismo evitan encarar una renovación profunda porque confían en que la crisis económica o política del gobierno libertario hará el trabajo por ellos. La ilusión del derrumbe ajeno funciona como un sustituto de la autocrítica propia. Pero los entrevistados coinciden en que esta estrategia ya no alcanza.  No solo por el fracaso del gobierno de Alberto Fernández, que destruyó toda idea de “progresismo administrado”, sino porque las bases sociales ya no responden igual y porque el antikichnerismo funciona como identidad política persistente.


Lo que emerge de todo esto es que el peronismo enfrenta un espejo que ya no puede esquivar. Su problema no es únicamente la ausencia de liderazgo (incluso desde su propia lógica), sino la pérdida de una gramática histórica, una narrativa que alguna vez le permitió reinventarse. Hoy parece desconectado de aquello que alguna vez fue su mayor fortaleza: la capacidad de escuchar a las mayorías y traducir esas voces en un proyecto político propio. Esa desconexión se refuerza por arriba, donde predominan los acuerdos con el poder económico, y por abajo, donde su presencia territorial se sostiene cada vez más por inercia que por convicción colectiva. Apostar al desgaste del adversario no sustituye la construcción de una alternativa creíble.


Y en este punto, vale hacernos una pregunta que atraviesa todo el momento político: ¿no es precisamente ahora cuando habría que empezar a pensar cómo desarrollar una alternativa realmente de las y los trabajadores, y no seguir apostando a una variante que ya mostró sus límites y evidenció una y otra vez para quién gobierna?


La crisis del peronismo y la ventana que se abre para la izquierda


Sin embargo, la crisis política del peronismo abre también una ventana para la izquierda. La pasividad de sus estructuras frente a los desafíos del gobierno y el avance de políticas de ajuste y reformas que impactan directamente sobre los sectores populares crea un espacio para una alternativa. Sectores combativos del movimiento obrero, de los feminismos, de la juventud y de los estudiantes pueden constituirse en el núcleo de una fuerza política independiente, capaz de disputar la representación y la iniciativa politica.

La experiencia del FITU, y especialmente de luchas como la del Garrahan, muestra que existe una disposición social para una izquierda consecuente: coordinación democrática, defensa de derechos laborales y articulación de redes culturales y sociales. Esa misma dinámica es la que, en los últimos años, erosionó al peronismo por izquierda: no sólo perdió votos hacia Milei, sino que más de un millón de personas optaron por listas de izquierda clasista, alimentadas por las experiencias de lucha y la intervención directa de sus referentes como Myriam Bregman, Nico del Caño, Chipi Castillo y Alejandro Vilca, entre otros.


Pero hay un cambio cualitativo que empieza a vislumbrarse: en un contexto de restauración neoliberal en clave libertaria, es la izquierda la que aparece como el canal más claro para expresar resistencias que ya existen, pero que no encuentran representación en el sistema político tradicional. La izquierda interviene allí donde se concentran los ataques, salud, educación, precarización laboral, extractivismo y lo hace acompañando las experiencias de autoorganización, donde se vuelve a poner sobre la mesa una pregunta que parecía clausurada: ¿quién decide sobre la riqueza social y con qué criterios?


En definitiva, la crisis del peronismo no es solo un desafío; es una oportunidad histórica. La izquierda puede aprovechar este momento para fortalecer la organización, ampliar su influencia en los sectores avanzados y confluir con los movimientos progresivos, construyendo una alternativa que coloque a las mayorías trabajadoras y oprimidas en el centro de la política.


En este sentido, el resultado electoral del FITU demostró que existe un sector social dispuesto a respaldar una alternativa independiente frente al peronismo y el gobierno actual. Esa base también expresa la posibilidad real de organizar a cientos de trabajadores, jóvenes y sectores populares que pueden convertirse en un factor activo en la pelea contra las reformas regresivas y en la construcción de una fuerza política propia de la clase trabajadora. La izquierda puede aparecer como canal para quienes rechazan tanto la salida conservadora del peronismo como la agenda libertaria. Ese espacio no está cerrado ni predeterminado; depende de la capacidad de convertir cada avance en votos en organización.


Lejos de los recambios superficiales o los proyectos que vuelven a chocar contra sus propios límites, lo que está planteado es impulsar una fuerza política que no negocie con el poder económico, que no gobierne para las élites y que pueda unir en un mismo horizonte a quienes enfrentan la precarización, el ajuste y la desigualdad. La crisis del peronismo no deja un vacío: deja una tarea. Y esa tarea solo puede encararse desde una estrategia capaz de articular a quienes ya están en movimiento, transformando la experiencia social de resistencia en una alternativa política real.


Por eso, desde En Clave Roja y el PTS sostenemos que este no es un momento para la espera ni para la contemplación, sino para redoblar los esfuerzos en la construcción de una alternativa propia de las y los trabajadores. La crisis del peronismo no garantiza nada por sí sola: abre un espacio, pero ese espacio solo se transforma en fuerza social si existe una organización capaz de intervenir con claridad estratégica, implantación en los lugares de trabajo y estudio, y una convicción profunda de que las salidas no vendrán de arriba.


La tarea es avanzar en bastiones reales de organización, en la coordinación democrática entre sectores en lucha, en la preparación política e ideológica de una nueva generación que ya no cree en los viejos relatos de conciliación social y que empieza a sacar conclusiones más profundas frente a la ofensiva del gobierno y el abandono de las direcciones tradicionales.


Tenemos por delante la responsabilidad de convertir cada conflicto, cada experiencia de autoorganización y cada voto conquistado en organización consciente, en militancia, en centros de gravedad que permitan disputar no solo reivindicaciones inmediatas, sino también el sentido común de época. Ese es el desafío: unir a la juventud precarizada, a las mujeres y diversidades que enfrentan la violencia económica y social, a los trabajadores de los sectores más precarizados y a quienes defienden los servicios públicos contra la devastación.


Lejos de resignarnos a un país rehén del ajuste, o a una oposición que solo espera su turno para administrar la misma lógica, apostamos a construir una fuerza política que no negocie con el poder económico, que defienda cada derecho conquistado y que se prepare para enfrentar los desafíos que vienen.


Porque si algo demuestra este momento histórico es que solo una izquierda arraigada en los lugares donde late la vida social, una izquierda que se organiza, que forma, que debate y que lucha, puede transformar la bronca y la resistencia en una salida de fondo.

Ese es el camino que elegimos. Y es ahora cuando hay que darlo.


 
 
 

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